La temperatura de la estancia había ascendido cinco grados. Se había desatado una batalla de miradas y sus portadoras estaban en un duelo de poder. El equilibrio de fuerzas, aun muy descompensadas, estaba a punto de desbordarse. Ambas contrincantes pasaron al mismo tiempo a las palabras: —¡No me lo puedo creer! —la joven estaba fuera de sí—. ¡Espiando a tu propia hija! —¿Espiando? ¡Apenas te […]