Lupus in Fábula: Fanfic Furia y Perdón de Leara Martel
Aumentó la presión en su cuello y fue entonces cuando lo vio. El deseo que despertaba en ella el olor a muerte, incluso aunque se tratara de la suya propia. Hipnotizado, Tanis siguió proporcionándole lo que ella con su silencio tanto demandaba. Las espadas y los filos cortantes hacían rato que habían acabado desperdigados entre los cuerpos batientes. En medio de una guerra, ellos dos parecían aislados por muros invisibles. Alejados del resto y centrados en los ojos del otro. Las manos y las palabras hirientes eran lo único que necesitaba Kitiara para enfrentarse a él.
Ambos olían a sudor.
Él sabía a sangre y derrota. Ella a diversión.
Dragonlance Chronicles: Dragons of Spring Dawning Nº9 USA (Jeremy Roberts) |
—¿Qué ocurre, semielfo? —se burló, agarrándose a los pobres jirones de camisa que le quedaban al pelirrojo. —Es que acaso si no me tienes desnuda y entre tus piernas, ¿no sabes qué hacer conmigo?
Él retrocedió horrorizado, con los ojos como platos, mirando sin ver y recordando todas esas primeras veces que Kitiara le había regalado. Miró a su alrededor y no vio a ninguno de sus amigos. Ni a Caramón ni a Tika ni a… Laurana. Y temió por ellos. ¿Y si su propia estupidez era la que había condenado a sus amigos? Y si…
—Aún estás a tiempo Tanis… —susurró ella y con sorpresa, Tanis se percató de que se había acercado más de lo que el sentido común le recomendaba aconsejable.
—¿A tiempo? —repitió como un autómata, flexionando ligeramente las rodillas. Adoptando una encubierta relajada actitud de ataque.
—Ese ha sido siempre tu problema, semielfo —rió Kitiara, escupiendo la última palabra como un insulto que él jamás le había oído dirigirle. —Siempre has sido un segundón. Anteponiendo la supervivencia de los demás a la tuya propia. Sacrificándote por cualquier asqueroso Gully que se te cruzara delante. ¿Dónde está esa ambición que desprendías cuando no éramos más que unos críos? ¿Dónde, Tanis?
Sin previo aviso, Kitiara atacó, descargando todo su peso en un golpe con el dorso del brazo izquierdo. Su grito de rabia cuando Tanis lo esquivó se perdió en el fragor de la batalla que les rodeaba.
—Quizás mi ambición esté con la Kitiara que conocí hace años y que ahora mismo no reconozco ante mí.
Ella sonrió de medio lado y volvió al ataque. Con un movimiento ágil, se sacó una daga de entre los pliegues de su cota de malla y, girando sobre sí misma, consiguió su premio cuando la sangre del semielfo comenzó a correr brazo abajo.
—Es la primera vez que consigo herirte, Tanis. Te has vuelto lento.
Ambos se enzarzaron en un hermoso baile de muerte. Kitiara era todo potencia y ejecución, furia asesina y poder de ambición. Tanis, por el contrario, era contención y elegancia. Su sangre elfa hizo acto de presencia y se dejó ver en sus pasos rápidos, los movimientos elegantes, sus fintas esquivas en el último segundo… Y en medio de esa danza le asaltaron los recuerdos que sólo Kitiara, su Kitiara, era capaz de traer desde lo más profundo de su memoria.
—¿Prometes guardarme el secreto, Tanis?
La vio sonreír ante sí con apenas dieciséis años. Una niña con las mejillas salpicadas de pecas y barro. Decidida, porque así era ella, agarró la mano de Tanis y la llevó hacia su pecho. Sin borrar la sonrisa de su rostro, colocó su mano derecha sobre el corazón del semielfo.
—¿Lo notas, Tanis? —la estupefacción que sentía en esos momentos impidió que un jovencísimo Tanis pudiera responder algo más coherente que un asentimiento de cabeza y un ruido bastante extraño, parecido al que haría una oveja con gastroenteritis. —Nuestros corazones laten a la vez. Siguen un mismo compás. Pam pam pam —la sonrisa torcida de ella aumentó. —Conectados, por algo mucho más poderoso que el Gran Huma. Algo que no entiende de razas, ni de bastardos, ni siquiera de viejos odios. Algo que quiere que tú y yo estemos juntos. Algo que desea que me beses. Ahora. Por favor…
Desde que la viera por primera vez, Tanis había sido incapaz de negarle nada a Kitiara. Su Kitiara. Y tampoco lo hizo en ese momento. La besó, y antes de que pudiera saber cómo, la ropa de ella estaba tirada a sus pies. Magnífica en su desnudez, le hizo sentirse como el elfo que nunca se había atrevidoa ser y como el hombre del que solía avergonzarse. Al enterrarse en ella, por primera vez en su vida dejó de ser una mitad para formar un todo.
Y ese sentimiento de gratitud era difícil de olvidar.
Tanis estiró de nuevo el brazo, parando con éxito un estoque de Kitiara. Le retorció la muñeca y consiguió llevar la daga hasta la yugular de la muchacha.
—Esta también será la primera vez que te perdone la vida Kitiara. Por los viejos tiempos. No habrá una última.
Le dio la espalda y allí la dejó, viviendo la ilusión de unos recuerdos que habían quedado muy atrás.