Relato: LA CHARCA PERDIDA

LA CHARCA PERDIDA
Su carrera era frenética, sin rumbo ni destino. Lo único que le movía era la necesidad de poner tierra de por medio entre él y su delito ¡Menudo lío en el que se había metido! Y todo por tratar de impresionar a la que le robaba el sueño, aquella que protagonizaba cada fantasía, la fuente de sus desvelos ¡Se había comportado como un tremendo idiota! Las ramas bajas de los árboles y arbustos le abrían pequeños cortes en su rostro y brazos pero eso no menguaba su determinación. Parecía llevar horas huyendo. Se adentraba poco a poco en el inmenso bosque que circundaba los terrenos de lo que era su hogar ¿Podría volver algún día? Su respiración se entrecortaba y sus pulmones apenas eran capaces de proporcionarle el aire suficiente para mantener el ritmo ¡Loco! ¡Idiota! Se gritaba una y otra vez en cada rincón de su mente. A esas horas ya les habrían encontrado. Su pie se enredó con una raíz que sobresalía del suelo y su cuerpo cayó a plomo. La boca se le llenó de tierra y cada resuello levantaba una pequeña nube de polvo. Se incorporó y se apoyó en un árbol cercano. Tenía que descansar aunque fuera unos instantes. Necesitaba poner sus ideas en claro.
Esa mañana todo había comenzado perfectamente y ahora huía sintiéndose un proscrito en su tierra. Liara, la hija del alguacil del pueblo, por fin se había fijado en él y le había citado en el molino abandonado. Su imaginación navegó hacia la lujuria juvenil que lo martirizaba cada noche. Llegó presto a la cita y allí estaba ella, radiante y encantadora, pero no estaba sola. Forcejeaba con Bruílo, ese patán musculado que tanto gustaba a las féminas del pueblo. Sin pensárselo demasiado se lanzó en rescate de su amada. Mientras se acercaba a la carrera tomó lo que en un pasado había sido un azadón y ahora solo podía ser descrito como una rama vieja atada a un pedazo de hierro recubierto de óxido. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca de ellos trazó un arco con su improvisada arma. Sabía que no era rival para el hombretón por lo que debería dejarle fuera de combate en el primer golpe porque lo más probable es que no hubiera otro. El azadón descendió con fuerza y antes de impactar observó más detenidamente la escena. No estaban luchando, o al menos, no era una batalla desigual. Se estaban entregando a su pasión. Cuando fue consciente de ello intentó frenar su acometida pero algo en su interior le negó tal opción. Un golpe sordo hizo que el cuerpo del amante cayera como un fardo. Una fea herida se formó en esa enorme cabeza. Los ojos de la chica entonces repararon en él. Ahora sí que le prestaba atención. Lo miró con miedo y retrocedió gritando ¡Asesino! Las palabras aun le martilleaban su mente. Todavía tenía el azadón en sus manos y ella le señalaba y continuaba su lluvia de insultos y amenazas. ¿Por qué entonces le había citado allí? ¿Para burlarse? ¿Para utilizarle? Antes de que se diera cuenta, otro movimiento de su improvisada arma acabó con el ruido. Liara yacía junto al cuerpo de su amante, inconsciente ¿Qué había hecho? ¡Tenía que socorrerles! ¿Estarían muertos? Se dio cuenta de que ambos respiraban pero unos ruidos llamaron su atención. Alguien venía. Si le encontraban allí acabaría en una mazmorra o algo peor. Tenía que huir.
Desde ese momento no había parado de correr, luchando con la maleza e introduciéndose más de lo recomendable en ese inmenso bosque. No había prudencia en sus movimientos, solo supervivencia. La escena seguía reproduciéndose una y otra vez en su cabeza, y su imaginación solo le devolvía imágenes de dolor si le encontraban. Prisión, castigo. Intentó de nuevo retomar el control sobre su respiración cuando un chapoteo lo distrajo. Se asomó tras el tronco en el que estaba apoyado y observó con sorpresa una pequeña charca ¿Desde cuándo estaba esa charca en el bosque? ¿Tanto se había adentrado en las profundidades de la inmensa arboleda? Él que siempre se había enorgullecido de conocer cada palmo de las tierras cercanas a su pueblo, de explorarlas y de encontrar lugares prohibidos y recónditos. Aunque su asombro fue en aumento cuando le llegaron los primeros ecos de una melodía. Su curiosidad sustituyó a cualquier otro sentimiento o preocupación. Debía investigar el origen de aquella dulce voz. Parecía proceder de la propia agua. Decidió encaramarse al árbol que le había sido de apoyo hace unos instantes. Sus ramas parecían recias y capaces de aguantar su peso. Comenzó la escalada aunque decidió intentar hacerlo con la menor producción de ruido posible pues no quería espantar a la criatura que cantaba con esa claridad y belleza. Prosiguió con sigilo y localizó una buena zona para otear sin ser visto. Se trataba de un complejo entramado de ramaje que le protegería de miradas traviesas. Se asomó y por fin localizo el origen y este casi hace que se cayera de la impresión. Una joven se estaba bañando en mitad de la charca mientras entonaba cánticos en una lengua desconocida. Se encontraba totalmente desnuda y mostraba su níveo cuerpo sin ningún tipo de pudor ¡Es perfecta! le gritó su mente. Sus delicadas manos recorrían cada pliegue de su esbelto cuerpo, deteniéndose en sus cabellos. Se encontraba casi de espaldas a él por lo que el rostro era lo poco que quedaba oculto. La profundidad de la charca apenas la sumergía hasta la cintura. El rostro del joven se sonrojó sabiendo que estaba violando la intimidad de esa diosa. Sin darse cuenta comenzó a retener su respiración. No quería que nada revelara su posición. Sabía que no era correcto espiar así pero acababa de caer bajo su embrujo. Cuerpo y voz, en completa armonía, parecían flotar de un modo irreal. Si existía la magia, toda ella debía estar concentrada en ese preciso momento y lugar. No tenía la certeza del tiempo que llevaba observándola pero daría cualquier cosa para que no acabara nunca. Inconscientemente su actitud se fue volviendo más osada y comenzó un peligroso avance en pos de poder ver con mayor nitidez la escena. En su interior, la imaginación le inundaba de situaciones en las que poder acercarse a esa diosa, tocar su piel, deleitarse con su joven cuerpo mientras su canto continuaba llenando su alma. Su imprudencia llegó al extremo de delatarlo. La rama en la que apoyaba su brazo izquierdo se partió y su joven cuerpo se precipitó hacia la charca. El golpe le devolvió a la realidad. Se incorporó rápidamente intentando buscar las palabras de disculpa que le sacaran de la posición incómoda de ser descubierto. Al encarar a su diosa, esta no se había girado y continuaba peinando su larga cabellera caoba. El joven estaba estupefacto. Era imposible que no hubiera oído su torpeza. Tal vez si se acercaba y la hablaba con cierta pausa…pero había algo extraño. Algo no terminaba de encajar. No sabría decirlo pero su interior le gritaba que saliera del agua y corriera por su vida. Acalló esa maldita voz interior que siempre le hablaba de prudencia. Era hora de arriesgarse y de tomar las riendas de su vida. Dio un paso y entonces cayó en la cuenta. Esa música celestial había cesado. Nada se escuchaba en esa charca pero ella seguía perdida en ese delicioso y turbador baño. La sensación de estar en una situación sin un fin claro volvió a llenarle por completo y esta vez sí que iba a hacerle caso. No sabía por qué pero ya había tenido suficiente por hoy. Comenzó a volverse sin poder apartar definitivamente su mirada de ese escultural cuerpo cuando sucedió. Una estridente risa colmó toda la charca. No se trataba de una voz armoniosa como la anterior. Era más parecida a un graznido tétrico que le heló el corazón. Un movimiento bajo el agua le indicó que algo se aproximaba a él e intentó huir, salir de ese idílico lugar que había pasado a ser su pesadilla. Un tentáculo se aferró con fuerza a su pie izquierdo. Otros dos de esos viscosos apéndices salieron del agua y le atraparon un brazo y el cuello, entonces comenzó una desesperada lucha. El joven trataba de zafarse pero por cada uno que soltaba su abrazo, dos más le aprisionaban. Además, sus ropas se desgarraron entorpeciendo aun más sus limitados movimientos. Las ventosas que disponían los tentáculos le iban provocando pequeños hematomas y cortes. La sangre parecía excitar más a su agresor pues pronto era una lluvia incesante de golpes y desgarros. Su temor se transformó en desesperación. En pocos instantes estaba totalmente inmovilizado y sus captores le rotaron obligándole a enfrentarse a la joven espiada. Un profundo grito de terror brotó de su aprisionada garganta. Poco quedaba de aquella dulce e indefensa joven, de esa diosa. En su lugar una grotesca criatura continuaba trasformando el cuerpo que le había hipnotizado instantes antes. La risa proseguía y le perforaba los tímpanos, aunque lo más horrible eran esos ojos lechosos que dominaban la cabeza de la bestia. Los tentáculos comenzaron a acercarle a esa aberración mientras esas horrendas carcajadas seguían resonando en la cabeza. Lo último que vio antes de perder la consciencia fue unas enormes fauces que esperaban un tierno bocado.

Nota: Enviado para la Antología «Bosques» de Escuela de Fantasía (No seleccionado)