Relato: LA GRIETA

LA GRIETA

Notó quebrarse algo en su interior. Las piernas la fallaron y tuvo que apoyarse en su mesa. Parte de la clase se incorporó y comenzó a preguntarla qué estaba sucediendo. También habían sido capaces de detectar el cambio aunque eran demasiado inexpertos para saber a qué se debía. En realidad ella tampoco lo tenía muy claro. Parecía que solo se trataba de una pequeña grieta en la coraza que contenía el poder de cualquier iniciado en el Arte. Esta se implantaba en el mismo momento en el que pasabas a formar parte del gremio de brujos. La otra alternativa era la muerte así que la elección era extremadamente sencilla. No se podía permitir que un “liberado” anduviera por el mundo con esa capacidad. Calmó a sus alumnos con un gesto de la mano, y los que siguieron preguntando callaron al ser fulminados por su mirada. Debía concentrarse y necesitaba algo de silencio. En su mente se formó un plano del gremio y fue comprobando cada clase mientras rastreaba el origen de la grieta. Esta se iba haciendo cada vez más grande. El temor y las ansias de libertad pugnaban por ganar la batalla. Desechó ambos sentimientos y se centró en su búsqueda. Esta distracción casi hace que le pasara inadvertida una pequeña disonancia en la vieja biblioteca de gremio. Trató de concretar más pero algún tipo de pantalla parapetaba el acceso. Allí debía de estar pasando algo que originara esta situación pero el qué.

—Bajo ningún concepto salgáis de esta clase —dijo mientras se colocaba su capa. Algunos de sus alumnos habían iniciado una queja y quería saber más—. ¡Silencio! Quedaos aquí hasta que regrese a buscaros algún profesor. Recordad que no debéis abandonar esta aula.

Al salir, se detuvo unos instantes en colocar un pequeño cerrojo sencillo. Esto no los detendría demasiado pero algo los retrasaría. Hecho esto, comenzó a subir las escaleras de dos en dos. La gente había comenzado a salir de las aulas y tenían esa mirada críptica, como si no entendieran lo que sucedía. Parecía que solo ella había localizado la alteración. En unos pocos minutos se detuvo frente a la puerta de la vieja biblioteca. Se tomó unos instantes para recuperar el aliento y accionó el pomo pero nada se movió. Retrocedió unos pasos y comenzó a probar con todo lo que había aprendido sobre puertas selladas pero cada opción que intentaba, fracasaba estrepitosamente. Algo poderoso no le permitía el paso. Se concentró y exploró la grieta de su coraza provocándola una sensación de vértigo y miedo porque el poder la estaba envolviendo. Un poder totalmente desconocido y salvaje. Permitió que un poco de esa nueva magia recorriera sus venas y saturara sus sentidos. Logró contenerlo un instante antes de arrojarlo contra la puerta y su blindaje. Todo estalló en mil pedazos. Ella también salió despedida y acabó chocando contra la pared dos metros más allá. Se incorporó dolorida y atravesó el hueco que había ocasionado. La recibió una habitación poco iluminada y saturada de polvo en suspensión debido a la reciente deflagración. Con un gesto de sus manos, una suave brisa barrió las partículas dejando mayor visibilidad. En ese instante es cuando le vio. El cuerpo de su líder y mentor yacía en el suelo con un objeto sobresaliendo de su pecho. Corrió hasta su lado y se arrodilló. Su respiración era muy débil pero aun había esperanza. Se fijó un instante identificando el objeto como una daga repleta de filigranas. Al asirla para intentar sacarla, comenzó a iluminarse y descargó una fuerte corriente que atravesó su mano obligándola a soltar su agarre.
—Yo que tu no volvería a hacerlo —dijo una voz al fondo de la estancia—. Esta curiosa arma se alimenta de Arte. Cada vez que la toques, te irá debilitando un poco más.

Se giró hacia el origen de esa voz. Su sorpresa quedó rápidamente sustituida por la indignación y una rabia apenas controlable. Loither, el segundo del gremio, el sucesor de quien yacía en el suelo a su lado. Su rostro enmarcaba una sonrisa siniestra mientras se aproximaba al acceso que había hecho al entrar. Con dos gráciles movimientos de sus manos, una puerta de escombros volvió a sumir la estancia en una débil penumbra. Sin pensárselo dos veces, intentó sacar la daga del pecho de su mentor pero, de nuevo, una fuerte sacudida la obligó a soltarla. Su cara se inundó de lágrimas de impotencia mientras veía como los últimos instantes de la vida de quien la había ayudado tanto, se esfumaban entre jadeos apenas audibles. Una cruel carcajada resonó por ese infierno de sombras.

—Sigue intentándolo, nada se puede hacer. No podrás sanarle mientras tenga la daga en el pecho. —Se mofó el brujo—. Y si la extraes, se quedará con toda tu magia. ¡Menuda encrucijada!

Su risa se clavaba en su mente mientras que sus lágrimas no paraban de brotar. Apretó con fuerza sus manos ¿Qué podía hacer? ¿Por qué habría hecho este horrible ataque? Tenía que ganar tiempo mientras su cabeza encontraba una solución. El contacto con esa maldita daga la había debilitado. Podía enfrentarse a Loither pero no era tan poderosa.

—¿Piensas en atacarme? Si solo eres una jovenzuela. Serías la favorita del viejo pero no eres rival para mí.—Se iba aproximando lentamente con esa mirada de superioridad—. Había pensado en proponer que te unieras a mi pero, ¿para qué te necesito?

Estaba a apenas unos metros y el tiempo se le agotaba. Se lanzó de nuevo sobre la daga y tiró con todas sus fuerzas. El arma maldita comenzó a drenar su fuerza pero apretó los dientes y siguió en su empeño. Un fuerte olor a piel quemada inundó la estancia mientras la risa seguía rebotando en todas direcciones. El dolor era insoportable pero prosiguió hasta que la extrajo. El rostro del agresor cambió de expresión.

—¡Es imposible!

La joven bruja la lanzó todo lo lejos que sus fuerzas le permitieron y se reclinó sobre su maestro. Sus ojos no le devolvieron la mirada. Había muerto. Le golpeó el pecho con sus manos carbonizadas mientras un llanto incontrolable la sacudía. La rabia llenó todo su ser. No le quedaba casi nada de magia y estaba a merced de ese maniaco. Sabía que era su fin. Sus reflejos hicieron que levantara los brazos para evitar el impacto de algo que se acercaba. Un tablón de madera astillada le atravesó el antebrazo izquierdo. El golpe la tiró casi un metro del cadáver de su mentor.

—Creo que me voy a divertir un rato mientras nuestros compañeros de gremio intentan entrar aquí.

—Mientras decía esto, otra madera quedaba suspendida junto a su rival—. Pero no me mires así. Ya les contaré cómo mataste a nuestro líder. Lo que no he decidió aun es si fue por simple despecho, por envidia o tal vez porque tu mente enferma estaba obsesionada por la magia y el poder. ¿Cuál te gusta más?


No la dio tiempo a rebatir pues otro golpe la zarandeó. Esta vez fue su hombro del que comenzó a brotar una sangre densa que se mezclaba con el polvo y suciedad, embarrando su brazo. Con un gran esfuerzo se puso en pie. Si iba a morir no sería tirada con un animal. No suplicaría ante ese bastardo. Le plantaría cara y miraría a la muerte a los ojos. Ese desafío provocó que su atacante le mirara con una profunda expresión de odio. Alzó los brazos haciendo que su maltratado cuerpo se elevara un par de metros. Comenzó a notar cómo se tensaban sus extremidades. Sus músculos comenzaban a estar al límite y un par de chasquidos acompañados de un dolor indescriptible la indicaron que algo se había roto en su interior. Aun así, aguantó sin gritar aunque las lágrimas resbalaban sin control. Loither, al ver que no conseguía arrancarla ni un solo aullido de dolor, la lanzó contra una estantería cercana.

—Eres una estúpida soñadora ¿Creías que el Maestro te permitiría ascender? —se mofó mientras se acercaba a ella con esa mirada de locura en sus oscuros ojos—. Siempre serás una rata callejera y morirás como tal. La gente te olvidará y me recordará a mí. El brujo que llevó al gremio hasta su lugar en el mundo.

Una posición dominante que nunca tuvimos que perder.

Trataba de orientarse porque la cabeza aun le daba mil vueltas. Apenas oía las divagaciones de su agresor. Palpó a su alrededor buscando un apoyo en el que asirse y fue cuando una descarga la recorrió de nuevo el cuerpo. Había aterrizado junto a la daga que había sesgado la vida de su mentor. La agarró con fuerza esperando sentir esa descarga de nuevo, queriendo que el dolor enmendara haber estado tan ciega ¿cómo no había sido capaz de ver la locura de su compañero de gremio? Aguantó esa penitencia y no se permitió el lujo de soltar el arma. El brujo seguía perdido en su charla demente, aproximándose. Se encontraba a poco más de un par de pasos.

—Este es tu fin — dijo alzando sus brazos hacia ella—. ¡Muere!

Nada sucedió. Volvió a repetir el movimiento pero el resultado fue el mismo. Nada. La joven bruja se incorporó con mucho sufrimiento y empuñando la daga. Esta había interceptado toda la magia que destilaba hacia ella. En el momento en el que Loither se fijó en el arma, quiso huir rápidamente, pero ella fue más rápida. Le asestó una puñalada en la pierna izquierda que hizo que cayera como un fardo. Nada más soltar el arma, notó como volvían poco a poco sus energías mágicas. Sabía que no podía hacer nada contra él porque la daga absorbía no solo el poder del que la portaba, sino que parecía absorber todo aquel que se le lanzaba a su portador, por lo que se encaminó hacia la entrada sepultada. Reunió parte de las fuerzas que se iban acumulando en su interior y comenzó a despejar la entrada a la biblioteca. Al fondo de la estancia, Loither intentaba extraer la daga pero apenas podía aguantar su roce. El arma maldita estaba drenando todo su poder y un horrible dolor le atravesaba todo el cuerpo.

—¡Maldita hija del inferno! –escupió con todo el veneno que pudo mientras proseguía con su intento de zafarse de ese castigo—. No dejaré ni rastro de ti.

La bruja terminó de despejar el acceso pero un sonido metálico la hizo volverse. Allí estaba en pie el brujo. A sus pies la daga. Su herida comenzaba a cerrarse mientras que una cruel sonrisa regresó a su rostro. Aun renqueando se encaminó hacia ella. Elevó los brazos y ella se cubrió creado un pequeño escudo que apenas pudo contener el choque que le había lanzado. Había ganado tiempo pero, ¿qué más podía hacer contra él? Era mucho más fuerte que ella, incluso en su estado. Tenía que pensar y rápido. Se concentró y entonces comenzaron a llegarle infinidad de golpes, explosiones y zarandeos. Su cuerpo salió lanzado, diversas quemaduras comenzaron a formarse por él. Algunos huesos se quebraron y gritó, con todas sus fuerzas. No solo por el dolor, sino por la rabia de que todo acabara así.

—¿Y que vas a hacer ahora salvo morir?

—¿Por qué le has tenido que matar? ¿Qué mal te hizo el maestro?- balbuceó con un hilo de voz.

—¿Por qué? Más bien por qué he tardado tanto tiempo en hacerlo — dijo mientras la zarandeaba de nuevo—. Nadie limita mis poderes. Yo soy el líder de este gremio y me seguirán o me temerán ¿Quién me va a detener? ¿Tú?

—Yo no. —Mientras sonreía, señaló a lo que quedaba de puerta de acceso—. Ellos sí que lo harán.

En la entrada se encontraban casi la totalidad del gremio. Había recibido la conversación y la imagen de su líder asesinado telepáticamente. Los escudos que contenían sus poderes también se habían agrietado dando acceso a ese poder restringido. La sonrisa del brujo desapareció.