Relato: PESADILLA

PESADILLA
El pajar
se hallaba totalmente desierto. No se apreciaba movimiento alguno. La casa
anexa estaba en el mismo estado. La familia hacía horas que descansaba. Era una
noche cerrada. La temperatura había caído y se había comenzado a formar
pequeñas placas de hielo sobre el húmedo suelo. El sigilo tenía que ser máximo.
Una enorme figura surgió del linde del bosque cercano y se fue aproximando a
las dependencias familiares. Su rumbo varió hasta la entrada del pequeño pajar.
La puerta no estaba trabada cedió ante la presión de la manaza de la criatura.
Un leve crujido resonó por el claro confundiéndose con los sonidos que reinaban
en la noche. Un reconfortante y tibio ambiente le recibió, invitándole a darse
el festín con el que llevaba horas soñando. Los animales no alertaron su
presencia entregados a un reparador descanso nocturno. Tenía que ser rápido y
diligente. Se aproximó a la porquera y contempló a sus dos residentes. Se
trataba de dos ejemplares de una variedad de cerdo de las colinas. El más
cercano a la criatura era el de menor tamaño. Empezaría por este. Abrió con
sumo cuidado la cancela y se aproximó hasta él. En un rápido movimiento, sus
inexpertas garras realizador profundos cortes en el cuello del puerco haciendo
que emitiera un espeluznante grito alertando su ataque. En unos pocos instantes
todo había terminado pero el resto de animales comenzaron a emitir sonidos
aterrorizados. La caza había sido descubierta. Tenía que salir rápidamente pues
los habitantes de la casa llegarían en pocos minutos. Agarró a su presa que
yacía inerte a sus pies y se dispuso a emprender una rápida retirada cuando un
fuerte dolor le atenazó su garra diestra. Las fauces del otro puerco se
cerraron produciéndole un agudo dolor. Su víctima se deslizó y cayó al suelo.
Al ver libre su otra zarpa, arremetió contra su atacante. El cerdo salió
volando hasta estrellarse estrepitosamente contra la pared del fondo de la
porquera, haciendo un agujero en ella. Una lluvia de astillas, paja y sangre
acompañó el estruendo. La criatura recogió su trofeo y encaró la puerta pero
una pequeña figura le cortaba la huida.
—¿Por qué? —dijo una niña entre sollozos.
Tras
recuperarse de la sorpresa inicial la criatura mostró sus amarillentos
colmillos y una sonrisa terrorífica. Se agachó hasta que sus cabezas estuvieron
a la misma altura olvidando por un instante la urgencia de la situación.
—Tengo hambre —dijo con una voz gutural y un
olor nauseabundo mientras se relamía—.
¡Apártate o serás mi postre!
La niña
retrocedió con el rostro repleto de lágrimas, despejando su camino de huida. En
ese instante otras dos figuras aparecieron en el umbral de la entrada. Eran dos
humanos. Uno, adulto con una enorme horca en sus manos, el otro un muchacho con
un pequeño arco.
—¡Orco! Apártate
hermana —gritó el
infante mientras preparaba una flecha.
La
criatura, al ver cerrada su salida, comenzó a mirar a su alrededor. Tenía que
pensar rápidamente. Podía enfrentarse a sus instigadores pues solo se trataban
de dos miserables humanos pero estaba herida y ellos tenían armas. Además,
cerca de esta casa había otras y seguramente ya hubieran dado la voz de alarma.
Su mirada se posó en el agujero que había hecho el otro puerco. El hueco era
pequeño pero tenía que servir para su propósito. Se lanzó contra la pared y
esta cedió ante su fuerza y envergadura. Antes de aterrizar al otro lado de la
pared un fuerte dolor le traspasó la pantorrilla. Un asta de flecha sobresalía
de su extremidad.
—¡Le he dado!
¡Papá le he dado! —gritó
triunfante el pequeño humano.
En un
rápido movimiento, la criatura partió la flecha y se incorporó a trompicones.
Se lanzó todo lo rápido que pudo en dirección a la linde del bosque. Un dolor
pulsante ralentizaba su huida pero no podía detenerse. A sus espaldas se oían
los sonidos de sus agresores. Había organizado con celeridad una partida de
caza pues el estruendo que se había creado habría alertado a las casas
cercanas. La criatura descansó unos instantes tras un enorme roble y, al echar
la vista en dirección a las casas de los humanos, un resplandor proveniente de
docenas de antorchas le alertó de su proximidad. Si no encontraba un lugar
donde resguardarse, le encontrarían en unos minutos. Reanudó su torpe carrera
oteando a su alrededor buscando un refugio. De repente vio tres árboles caídos
que le podría servir de improvisado escondite. Se lanzó al hueco que formaban y
se encogió todo lo que pudo. Solo esperaba que no hubieran tenido tiempo de
coger los perros sino estaría perdido. Los ruidos se acercaban. Se concentró en
los sonidos y hasta el latir de su corazón parecía delatarle. Ya estaban a unos
metros de su posición. Apretó las mandíbulas esperado el grito que señalara su
escondite. Podía oír los gritos de su madre dentro de su cabeza mostrando lo
inútil que era su vástago y a su padre golpeándole una y otra vez para grabar
su error a fuego. Nada de eso sucedería porque no tenía ninguna esperanza de
salir de esta.
—Se ha ido en
dirección al lago —dijo una dulce
voz. Era la de la jovenzuela que le había preguntado en el pajar.
—¡Ya lo habéis oído!
—ordenó la voz
del padre de esta—. Y tu vuelve a
casa ahora mismo.
Los
pasos se alejaron de su posición y antes de que pudiera moverse de su
escondrijo, un pequeño rostro infantil invadió su campo visual.
—Espera un poco —dijo con una sonrisa. La niña se
giró y miró a su alrededor. Se volvió a agachar y le hizo un gesto con la mano—. Ya puedes salir. Se han
marchado.
La
criatura la miró dubitativa y finalmente se arrastró fuera del agujero. Nada
más incorporarse comprobó los alrededores y vio que el brillo de las antorchas
se alejaba de su posición. Volvió a mirar a la niña que le sonreía. Su cabeza
le daba vueltas. La pequeñaja a la que había querido asustar le había salvado
la vida. No comprendía nada. Los humanos no se comportaban así. Eran tan
sanguinarios o más que ellos, y mucho más peligrosos pues eran capaces de crear
armas muy destructivas.
—¿Por qué me has
ayudado? Yo.. —balbuceó la
criatura.
La niña
se sonrojó y comenzó a juguetear con su falda mientras esquivaba la mirada del
orco. Esta actitud aun descolocó más a hediondo orco.
—Solo tenías
hambre —respondió la
chiquilla. Le miró directamente a los ojos e intentó que su voz no temblara
demasiado—. La próxima
vez búscame y yo te daré algo de queso y una hogaza de pan. Se que no es mucho
pero así nadie saldrá herido.
****-****
Tres
cuerpos se retorcían entre las pesadillas que invadían sus sueños. A su lado,
uno más pequeño que el resto descansaba con una expresión reparadora y dulce.
Dos enormes figuras los observaban desde la entrada del cuartucho.
—Mírale, está
tranquilo ¿qué estará pasando en sus sueños? ¡No es normal! —le susurró la hembra a su
compañero—. No me gusta.
Un
gruñido fue toda la respuesta que obtuvo de él. Estaba intentando descifrar el
rostro de su hijo menor. Las noches solían estar acompañadas de los gritos
atormentados de sus vástagos y el silencio del pequeño no auguraba nada bueno.
Se aproximó a él para escuchar los pequeños comentarios entrecortados que
estaba susurrando la joven criatura.
—Ella me ha
salvado…lo ha hecho por mí —dijo
expandiendo más aun su sonrisa—.
Me ha protegido. La niña humana me ha salvado…
En un
movimiento veloz, la enorme garra del padre agarró al hijo y lo estrelló contra
la pared más cercana. Este abrió los ojos con una expresión aterrorizada
mientras seguía siendo zarandeado. El enorme orco acercó su cabeza a la de su
vástago y mostrando sus infectos colmillos.
—¡Los humanos
nunca nos ayudan! ¡Son el enemigo! —dijo
mientras escupía cada palabra como si estuviera encajando un latigazo—. ¡Qué se te meta en esa estúpida
cabeza!
Dichas
esas palabras le volvió a lanzar contra la pared. El golpe le dejó sin
respiración pero no se atrevió a moverse. Estaba aterrorizado y no quería
ofrecer ninguna excusa para que el castigo se prolongara. Aun no entendía por
qué se había puesto así su padre. Es cierto que estaba teniendo el sueño más
extraño de su vida, una humana le había salvado la vida pero, ¿cómo se había
enterado su padre? Y sobretodo, ¿por qué se había puesto así?.
—¡Déjalo ya que
le vas a matar! —se interpuso su
madre—. Es un
inconsciente y ya aprenderá.
El
enorme orco los miró a ambos, respiró profundamente tratando de calmarse y les
lanzó una mirada dura e inflexible.
—Mejor que muera
en mis manos que torturado por un humano —sentenció
helando la sangre de los que le escucharon—.
La próxima vez no me detendré. Aprende la lección o …
No hacía
falta terminar la frase. La amenaza estaba lanzada y todos sabían que el orco
no las decía en balde.