Relato: TANTO POR LO QUE PAGAR

TANTO
POR LO QUE PAGAR
Apenas
había amanecido y se iniciaba otra dura y larga jornada de trabajo. Desde la
llegada de los forasteros hacía ya una semana, la aldea se había relajado y eso
le venía más que bien a la posada. Las cenas se habían multiplicado por tres y
hasta había tenido que contratar a Eda
la tercera hija del herrero. Todo había adquirido un magnífico rumbo.
Solo había algo que enturbiaba la dicha del posadero, Loe el líder de los
forasteros. Era un tipo callado en extremo pero era su mirada lo que más
inquietaba. Tampoco ayudaba que siempre fuera tapado con un extraño tipo de
tela gris, dejando solo al descubierto sus manos y su rostro. Además, siempre
llevaba una curiosa espada curva colgada de su espalda, pero de forma que la
empuñadura rozara su cadera derecha. Contaban que los forasteros habían
defendido de un ataque de asaltantes de caminos a la caravana comercial de
invierno. Tras este acto, escoltaron  a
sus miembros hasta la aldea. A su entrada, fueron recibidos como héroes de antaño.
Se improvisó una gran fiesta con viandas y bailes hasta casi el amanecer.  El líder de los forasteros se disculpó al
inicio de los festejos y se aproximó a la posada. Solicitó cinco habitaciones
para él y su grupo, y se retiró  a una de
ellas alejándose del bullicio. Hasta ahí, todo normal dentro de lo
extraordinario de la hazaña. Lo que realmente hacía que Troelio, el posadero,
se estremeciera aconteció en la primera madrugada que durmieron los forasteros
en la posada. Troelio se sorprendió cuando, al acceder a la taberna, se encontró
los cierres de la puerta de servicio echados pero la chimenea ya rugía y en
ella descansaba una tetera humeante. En la mesa más próxima se encontraba Loe machacando
una extrañas hierbas. Sobre la barra había dos migajas de plata, unas monedas de perfecta factura y un valor
extremo debido a que el imperio que las acuñó había desaparecido de modo
fulminante hacía ya una década.

—Lamento molestarle a estas horas, pero tengo por costumbre iniciar temprano
los preparativos diarios. —La voz de Loe llenó toda la estancia, más no fue la
potencia de esta, sino los modales de alta cuna y la seguridad que denotaba lo
que petrificó al posadero—. Le ruego tenga a bien recoger esas monedas como pago
por las molestias que pueda ocasionarle. Espero que cubran esta costumbre mía
mientras dura mi estancia en su posada.
Desde aquella mañana, ese encuentro se repetía cada día. Loe se preparaba una
infusión de aquellas extrañas hierbas y no pedía nada hasta que se hubiera
abierto la taberna formalmente. Cuando esto sucedía aparecía Yaladea, la
curandera de los forasteros. Una mujer muy menuda pero con carisma excepcional.
Su piel era del color del ébano y poseía unos hipnotizantes ojos verde
esmeralda. Pero lo más sorprendente era su verborrea. Hablaba a tal velocidad
que nadie podría negar que fuera capaz de agotar a cualquier hombre sólo con
palabras.
—Buenos días Jefe. Parece que ha madrugado de nuevo ¿otra vez
insomnio? —mientras decía esto llevaba unas gachas de avena, queso de oveja y
una jarra especiado a la mesa.—Todos los días lo mismo. ¿Cuántas veces he de decirte que no me llames Jefe? — Un profundo suspiro inundó la sala—. ¡Eres imposible Duende!
—Te seguiré llamando así mientras me sigas llamando Duende. —Una sonrisa pícara
asomó en su rostro—. ¿Cuál va a ser la orden del día? ¿Seguiremos ayudando al
refuerzo de la muralla? ¿Adiestraremos algunos arqueros? ¿Prepararemos un
festín con música y baile?…
Todos los días le hacía cientos de preguntas como si no se fueran acabar nunca.
Mientras proseguía con su bombardeo dialéctico diario, se les iba uniendo el
resto de los miembros del grupo. Elea, una arquera excepcional y bastante ruda,
sobre todo con los hombres pues estos no solían aceptar que una mujer les
retara y ganara en cualquier apuesta de habilidad o precisión. Tras ella, como si
fuera una prolongación de la arquera, llegaban Fila y Jawn, los mellizos
adolescentes. Desde que los habían rescatados de una caravana de esclavos, Fila
era la sombra de Elea y Jawn de su hermana. La joven se había quedado
impresionada por la destreza de la arquera y de su personalidad. Cada vez que
podía practicaba con el arco y la espada larga. Elea la había cogido bajo su
tutela y la adiestraba cada día. Lo cierto es que la joven demostraba una
capacidad inusual para el manejo de ambas armas. Otra cosa era Jawn, de aspecto
enclenque y algo taciturno, siempre estaba pegado a sus libros y pergaminos. Su
aportación al grupo era la interpretación de mapas y una cierta habilidad
culinaria.
—Ya estamos todos —sentenció la curandera.—¿Y los hermanos Hardhead? —preguntó la arquera.—Están cerrando la compra de la casa de Yolend. Se van a establecer en la
aldea, parece que el viejo Oroledo les va ceder la explotación de una vieja
mina de algún tipo de metal que me es totalmente desconocido —informó Yaladea—. Además, el propio Yolend sigue pidiendo el ingreso en nuestro grupo. Sé que
es muy joven pero como sabéis, quedó huérfano en el ataque a la caravana. Por
mi no hay problema y el resto está conmigo. Solo queda tu aprobación Jefe.
Loe apuró lentamente lo que le quedaba de su extraña infusión y se quedó unos
instantes descifrando las llamas que bailaban en la chimenea. En ningún momento
había querido formar un grupo como aquel, ni mucho menos dirigirlo. Hacía mucho
tiempo había comandando a su propia escuadra, 
Pilum Dragiest, y bajo su mando no conocieron derrota alguna. ¡Cuan
orgulloso y obstinado era entonces, y qué alto había sido el precio a pagar!
—Jefe, estamos esperando. —Yaladea le sacó de su ensimismamiento.—De acuerdo, se incorpora Yolend. —Un grito de júbilo interrumpió al líder—. Pero queda bajo tu tutela Duende.  Sobre
las tareas de hoy…—Por supuesto que me encargaré del jovenzuelo —mientras decía esto, sus manos
hicieron un gesto lascivo y siguiendo con la broma picarona, sentenció—. ¡Un
pobre juguete en mis manos!

—Volviendo a las tareas de hoy, Duende vuelves a ayudar al curandero local,
vosotras os toca adiestrar al nuevo, y hacerlo a conciencia que no quiero tener
que recogerlo en la primera escaramuza en la que nos metamos —dijo esto con una mirada fiera. El mensaje
caló hondo en ambas jóvenes. Tras decir esto se volvió hacia la curandera—.
¿Has conseguido lo que te pedí?—Por supuesto, el herrero nos ha cedido su negocio todo el día. Además,
conseguí parte del material que me pediste, pero no toda la cantidad que
solicitaste —dijo Yaladea—. ¿Y qué va a hacer Jawn?—Umm…—dijo mientras miraba al joven.
Este, al sentir la atención de todos puesta en él, se sonrojó e intentó
esconderse tras su inseparable libro—. Acompáñame si lo deseas. Sé que te gusta
archivar y dibujarlo todo. Creo que te va a gustar lo que vas a ver.
Dicho esto, todos se levantaron y se encaminaron a sus quehaceres. Volvía a ser
otra jornada alejados de los caminos y de los peligros de la interminable
búsqueda que llevaban. Al menos, podrían seguir recuperando fuerzas y
disfrutando de algo de compañía y tranquilidad.
Llevaba
más de dos horas dando forma a la lanza y el agotamiento se iba acumulando en
su cuerpo. No se trataba de un arma forjada de modo convencional. Loe había
aprendido la forja de sus antepasados. Lo particular de ese proceso es que
fundía metal, mineral y algún toque vegetal mediante una especie de magia
ritual. Al recordar que él era el último versado en este proceso que seguía con
vida, hizo que lo embargase una terrible melancolía. El había comenzado a
enseñar a sus hijas, Oshamai y Eialani, pero ellas ya no podrían disfrutar de
esa simbiosis que te invadía al conectar con las materias y con esa fuerza
sobrenatural que …De pronto cayó en la cuenta de que no se encontraba solo en
las dependencias del herrero. Él mismo había invitado a Jawn a unirse y
documentar esta forja ancestral. El joven nunca sería capaz de recoger y sentir
cada matiz de esta enseñanza, pero al menos, no permitiría que cayera en el
olvido. Observó el arma y comprobó su equilibrio. Sus ojos buscaron posibles
imperfecciones aun sabiendo que, habiendo concluido el ritual, la estructura
había sido aceptada y aprobada por los elementales que habían participado en la
forja.—Lanza Od Eleater —dijo Loe mientras le mostraba su obra a Jawn—. Este es el
arma símbolo de mi Casa. Puedes comprobar que dispone de cuatro filos creados
en forma espiral en la punta, y que en el final de la lanza, se ha creado una
cuenta redonda que hace que el equilibrio te permita empuñarla en lucha cuerpo
a cuerpo, o lanzarla si es lo que se necesita.
El joven no paraba de dibujar y tomar notas maravillado con la escena que había
visto y el resultado de este proceso. Había permanecido todo el tiempo en un
silencio reverencial, pues no quería enturbiar la concentración de Loe. Había
tomado cientos de notas y apuntado no menos preguntas para el líder. Se disponía
a iniciar la primera de ellas cuando un fuerte golpe abrió la puerta de la
herrería. En el umbral estaba Yaladea con el rostro desencajado por el
esfuerzo.—Loe, acaba de llegar un joven informador de la aldea de la falda de la
montaña —dijo entre jadeos la curandera—. Se ha reunido todo el pueblo. Parece
grave.—Vamos hacia allí —dijo el líder mientras recogía sus enseres—. Llévame.
El
salón en el que se estaba desarrollando la reunión estaba atestado. El
ambiente se encontraba saturado de humanidad y de humo proveniente de las
distintas chimeneas . Dominando la estancia, el Administrador local se frotaba
nervioso las barbas en señal de concentración. Estaba claro que las noticias
que traía el muchacho le estaban inquietando de sobremanera.  La aldea de la falda de la montaña, a apenas
una jornada de viaje, había sido asaltada y, seguramente, aún la estaban
destrozando. El joven había escapado a duras penas y narraba escenas grotescas
y salvajes. Les habían masacrado. Loe escuchaba con un grado de atención extremo
y, de vez en cuando, lanzaba al joven alguna pregunta sobre el número de
asaltantes, armas de las que disponían,… Todo hasta ahí normal hasta que el
informador habló del emblema que se presentaba en los escudos de los
asaltantes.—Tienen representado un deforme cráneo negro sobre un fondo rojo sangre con
tres estrellas alrededor —comentó el joven.
En ese momento, el líder de los forasteros dio un respingo casi imperceptible
para todos, excepto para Yaladea que le estaba observando detenidamente.—Háblame del líder de los asaltantes. —Su tono no había cambiado, pero un
extraño brillo dominaba la mirada de Loe.—Se trata de un hombre de más de dos metros de altura y una mirada
escalofriante —se quedó pensando un poco en él. Cuando parecía que no iba a
añadir nada más, cayó en la cuenta de algo— Ah,… tiene una cicatriz que le
cruza la cara entera.
Unos minutos más tarde se dio por finalizada la reunión, y comenzó a
desalojarse el salón. En la estancia solo quedaba el Administrador, parte de la
guardia de la aldea, Loe y el resto del equipo.—Partimos en una hora. Equipo de combate pero no incluyáis nada de armadura
que no sea cuero o tela reforzada. Debemos ir ligeros y silenciosos. —Loe
comenzó a dar instrucciones a su grupo—. Hardhead, vosotros debéis quedaros y
defender vuestro nuevo hogar.
La cara de los hermanos era de resignación. Conocían demasiado bien al que
hasta hace bien poco había sido su líder como para discutirle sus decisiones.
Loe siguió definiendo su plan de acción, el equipo que debían llevar, las
provisiones,…Se hizo un cálculo aproximado, al amanecer estarían en las puertas
de la aldea de la falda de la montaña. Todo estaba en marcha.
El
grupo estaba muy cerca de la aldea y ya se comenzaban a oír unos lejanos y
amortiguados gritos de dolor y angustia. Esto heló la sangre de los más jóvenes
de los forasteros. Yaladea se acercó a Loe con la intención de preguntarle
sobre la información que obtuvieron en la reunión con el informante.—Jefe. Ese hombretón que lidera a los asaltantes, ¿es uno de ellos? —Apenas
se trataba de un susurro, pero el efecto de sus palabras en el líder fue
demoledor. La mirada de este se volvió más dura.—Eso espero Duende, —La voz de Loe denotaba un dolor latente—. Y espero poder
contener mi espada el tiempo suficiente para conseguir la información que
necesito.
Llegaron a la linde del bosque que delimitaba el borde del terreno colindante a
la aldea. Se reagruparon alrededor del líder. Todos estaban deseando intervenir
pues los gritos no habían cesado de inundar el tétrico ambiente que envolvía
toda la zona.—Elea, inspecciona el perímetro de la aldea —dijo Loe mientras señalaba la puerta
principal—. Detalla el número de guardias y su estado de consciencia. Si ves a
alguno fuera del perímetro, no lo dudes.
Tras decir esto, la arquera desapareció en la penumbra. Apenas hacía ruido
alguno. El líder, se giró y tras ver su marcha, continuó con el planteamiento.—Duende, sé que no es tu fuerte, pero
intenta rastrear  la existencia de magia
en la aldea o en sus alrededores. —Una media sonrisa enmarcaba el rostro de Loe—. El resto, revisar de nuevo vuestro equipo. No podemos permitirnos ningún
fallo.
Pasados unos minutos volvió la arquera, tan silenciosa como había marchado.
Llevaba una expresión de satisfacción reflejada en el rostro. Se colocó en el
centro del grupo, y con una flecha, comenzó a trazar un tosco dibujo sobre el
suelo. —El perímetro está controlado. He tenido que encargarme de 5 guardias que
estaban haciendo ronda fuera de los límites de la aldea —mientras decía esto,
Elea señalaba las zonas en las que se encontraban en el momento de eliminarlos—. Existen dos más en la puerta principal y otros dos sobre las atalayas norte y
sur. No van muy armados y se nota que han estado bebiendo hasta altas horas de
la noche. No deben de ser ningún problema.
Una vez terminado el informe, la arquera salió del centro del círculo que
habían formando los miembros del grupo y se colocó a la izquierda de Loe. Este
miró de manera significativa a Yaladea buscando información sobre sus pesquisas
en el tema mágico. Ella le respondió cabeceando negativamente con una decepción
marcada en su bello rostro.—De acuerdo, este es el plan. Nos acercaremos por el extremo este de la
fortificación. Elea y Fila os encargaréis de los guardias de la puerta. Una
flecha un soldado, sin dudas ni fallos. —Todos prestaban atención a Loe. Se
notaba que estaba curtido en cientos de batallas y que el mando de estas
siempre había sido suyo—. Mientras, nosotros aseguraremos la entrada principal
hasta que os reunías de nuevo con nosotros. Una vez dentro, nos separaremos en
dos grupos: Fila y Yolend por la vertiente este y Duende, Jawn y yo por la
oeste. Elea, tu encárgate de los vigías de las atalayas e incorpórate al grupo
de los jóvenes. Convergeremos en la plaza central de la aldea. Registramos casa
a casa, que no quiero sorpresas. Si hemos de eliminar a alguien, rápido y silencioso.
Dicho esto, todos se miraron a los ojos y se desearon buena suerte en silencio.
Se permitieron unos instantes de preparación y concentración. Los gritos
seguían dominando la noche, y eso debía acabar de una vez. Comenzaba el asalto
a la aldea de la falda de la montaña.
En
apenas una hora, los dos equipos convergían en la plaza central con medio
centenar de aldeanos a la espalda de cada uno. Había acabado con quince
guardias más sin ningún problema de relevancia salvo un pequeño tajo
superficial que había recibido Yolend en el antebrazo izquierdo. Sólo quedarían
una decena de asaltantes, según sus cálculos, en el interior de la Casa del
Administrador que era el edificio que dominaba la plaza. Loe hizo una seña para
informar que se aproximarían a la edificación por los flancos, cada grupo por
uno de ellos. Todo seguía como estaba previsto, pero en el momento que se
vieron los aldeanos entre sí, rompieron a llorar y corrieron en busca de sus
familiares. Todo ese alboroto, alertó a los guardias que quedaban. En unos
instantes, dos decenas de guardias estaban en la plaza. Tras ellos, se podía
observar al enorme hombre con la cara marcada, el jefe de los asaltantes. Todos
se detuvieron midiendo las fuerzas de sus oponentes. La tensión embargó toda la
plaza. Nadie se atrevía a hacer el primer movimiento.—¡Destruirles….! —gritó el hombretón que lideraba a los asaltantes—. ¡No
dejéis a nadie con vida!
Rápidamente y sin ningún tipo de orden, los asaltantes se precipitaron sobre el
grupo.—¡Proteger a los aldeanos! Elea y Fila, dos flechas y cuerpo a cuerpo —Loe
siguió dando órdenes—. El resto, aguantad hasta mi señal.
Las arqueras dieron cuenta de cuatro guardias y se posicionaron a la espera de
la confrontación física. Los asaltantes apenas redujeron su avance. Se
encontraban apenas a diez metros del grupo. Loe se adelantó y dio la señal de
avance. En un instante, comenzó su baile mortal. Lanza y rodela se
complementaban como si fueran un mismo ente. Al ver el fragor y resolución del
líder, los guardias fueron buscando objetivos más plausibles. En unos minutos,
solo quedaban tres guardias y el líder de los asaltantes. Yaladea ya atendía a
Fila y a Yolend de distintas heridas. Loe evaluó la situación e inició su
avance hacia la Casa del Administrador.—Deponed las armas y…—Una tenue letanía alertó al líder de los forasteros. Su
lanza crepitó en señal de la proximidad de la magia. Uno de los guardias de la
puerta extendió un brazo y de su mano salió una enorme bola de fuego que iba
directa hacia Loe. Sólo le dio tiempo a lanzar su arma en dirección al mago y
parapetarse tras su rodela—. ¡Hechicero! ¡A cubierto!
La lanza atravesó la enorme bola ígnea e impactó en el pecho del mago,
rompiendo previamente todas sus defensas. Al mismo tiempo, el fuego envolvió a
Loe y comenzó a destrozar tela y carne.
—¡Agua, necesitamos agua! —gritaba Yaladea desde la distancia…
De repente, un potente torrente de agua cristalina impactó contra el líder,
lanzándole unos metros de su posición. El origen de este hechizo fue un
estupefacto Jawn que aun se miraba sus propias manos.
—Hermano, ¿has hecho tu esto? —Una profunda incredulidad dominaba la voz de
Fila.

Loe
se incorporó mirando al joven Jawn. Por fin había mostrado su potencial. Le
sonrió y comprobó su estado. Sus ropas estaban destrozadas y su espada
descansaba en su vaina a su lado. Se fue quitando los girones de lo que quedaba
de la parte superior de su vestimenta. Un murmullo comenzó a formarse al ver la
espalda de Loe. Toda ella estaba surcada de cientos de cortes ya cicatrizados.
Era obvio que el líder había sido torturado tiempo ha. Pero no una tortura
cualquiera, cada corte estaba realizado con precisión y en los puntos más
sensibles y dolorosos. Pero lo que realmente aterró a los que observaban al
guerrero fueron los tres nombres que dominaban su pecho. Estos habían sido
grabados en el torso de Loe mediante algún utensilio incandescente, pues aun
teniendo que ser cada tajo un golpe casi letal, las heridas parecían cerradas y
curadas. El guerrero, ajeno a las miradas horrorizadas de compañeros y
aldeanos, se agachó y recuperó su espada. —Vaya vaya. ¡qué tenemos aquí! —se
burlaba el líder de los asaltantes—. Creo que te conozco, aunque te daba por
muerto. Ya me divertí contigo y con tu familia una vez, ¿quieres que lo repita
con tus soldaditos?

Loe
, desenvainó la espada lentamente mientras elevaba una oración a los cielos
teñidos de rojo. —Voy a obtener de ti la información que ansío. Me vas a decir donde tenéis las
almas de mi familia. —Su mirada se endureció. Llevaba tiempo buscando algún
indicio de los asesinos de su familia, y al fín había encontrado a uno de ellos—. Habla o muere.
—¡Matarle!
Los guardias no pudieron cumplir esa orden. En su pecho aparecieron dos flechas
lanzadas con precisión por las arqueras del grupo
—Duende, nadie más ha de intervenir. —Loe seguía acercándose al enorme jefe de
los asaltantes—.  ¡Esta lucha es mía!
En ese momento, el enorme guerrero se precipitó contra Loe con su espada
bastarda rasgando el aire en un amplio arco. Loe lo esquivó rodando por el
suelo. Aprovechando el movimiento, logró asestar un profundo tajo en la
pantorrilla derecha del hombretón. Tras este primer envite, el asaltante
comenzó con tajos de tanteo. El líder de los forasteros consiguió esquivar cada
uno de ellos, y contragolpear con golpes precisos. En unos pocos minutos, el
jefe de los asaltantes estaba jadeando y presentaba diversas heridas en las
extremidades y torso.—Te vuelvo a decir. Habla y no te mataré —dijo Loe bastante calmado,—¡Bastardo, te voy a llevar al averno conmigo! —gritó el hombretón. Y se
precipitó en un intento de acabar de un solo golpe con el guerrero.
Este, volvió a esquivarlo con una agilidad felina, y cortó al jefe de los
asaltantes en las corvas. Este cayó de rodillas. Con un grácil movimiento, le
desarmó y le colocó la punta de su espada en el cuello.—No te lo diré otra vez, habla.
—Iré al infierno, pero al menos mi alma sé donde va pero,¿ y las de tus hijas
y tu esposa?, ¿cuándo podrán descansar…? —Un brusco movimiento de la espada de Loe inició un tajo descendiente—.
¡No, no,no!, te lo diré….nooooo!
La espada frenó su descenso a apenas unos centímetros del cuello del hombretón.
Este ya había comenzado a gimotear. —Sólo puedo decirte donde podrías encontrar a mi Amo. El tiene uno de los
recipientes, pero del resto no sé nada,…lo jurooo. —El jefe de los asaltantes
tenía los ojos llorosos. Loe no se inmutó—. Se encuentra en el Paso de
Airojeth, El Cuervo Negro. ¡Es todo lo que sé!
El guerrero envainó su espada, recogió el arma del hombretón, se firó y se
encaminó hacia sus compañeros.—¿Va a dejarle vivir después de todo lo que ha hecho? —le recriminó un
aldeano.

Loe
se detuvo y le envió un mensaje a Yaladea solo con la mirada. Esta se situó
en el centro de la plaza para que todos pudieran oírla y verla.—Aldeanos, nosotros no acabaremos con la vida de este hombre que yace a las puertas
de la Casa del Administrador. Hemos venido en vuestra ayuda y creo que hemos
cumplido el cometido. —Yaladea continuaba con el discurso—. Pero tampoco
intervendremos si la justicia de esta aldea decide dictaminar el destino de
este desalmado que tanto daño os ha provocado.
Dicho esto, se volvió a su lugar entre los miembros del equipo. En unos pocos
instantes, los aldeanos, armados con piedras y palos, comenzaron a impartir su
justicia. El hombretón lloraba pidiendo auxilio. Pronto se acabaron sus
lamentos.La curandera se aproximó a Loe, le puso una mano en la espalda y
suspiró sonoramente.—Gracias Duende. —Una sonrisa apareció
en el rostro del guerrero. Se volvió y fue mirando uno por uno a cada miembro
de su grupo, trasmitiéndole agradecimiento y respeto—. Mi camino ha de llevarme hasta el Paso del
Cuervo Negro. Volveré a la aldea a descansar y reponerme dos días y emprenderé
mi camino. No os diré lo que tenéis que hacer, pues vuestra deuda, si alguna
vez existió, ha quedado saldada más de mil veces.
Los compañeros se miraron entre sí. Yaladea asumió el papel de portavoz.—Jefe, no te creas que te vas a librar tan pronto de nosotros —se acercó a
Jawn y le pasó un brazo por encima de los hombros—. Además ahora tenemos un
mago.
Todos corearon gritos de júbilo mientras reemprendían el camino de vuelta a la
aldea. Loe se quedó un instante mirando al Sol que comenzaba a despuntar el
horizonte.
—Pronto os liberaré —se pasó su mano izquierda por los nombres grabados en
su pecho—. No descansaré hasta que vosotras podáis hacerlo.

Nota: Publicado en la antología de relatos e ilustración de fantasía épica Descubriendo Nuevos Mundos