Diburrelato: Iniciada en el Arte
La temperatura de la estancia había ascendido cinco grados. Se había desatado una batalla de miradas y sus portadoras estaban en un duelo de poder. El equilibrio de fuerzas, aun muy descompensadas, estaba a punto de desbordarse. Ambas contrincantes pasaron al mismo tiempo a las palabras:
—¡No me lo puedo creer! —la joven estaba fuera de sí—. ¡Espiando a tu propia hija!
—¿Espiando? ¡Apenas te has iniciado en el Arte y ya te has saltado las normas! —La madre no estaba dispuesta a tolerar esta actitud—. Me parece increíble que hayas mostrado tus poderes en el instituto. Espero que no tenga consecuencias.
Intentó quitarse el amuleto que llevaba al cuello, señal de su iniciación en el Arte, recibiendo una potente descarga mágica al hacerlo.
—¡Ay!
—Menchu, no te lo puedes quitar —dijo su madre intentando calmar su voz y ánimo.
—¡Increíble! Es como un collar de adiestramiento…esto es…
—Un método para manteneros seguros a los jóvenes. Yo lo llevé en mi juventud y todas las brujas de esta familia —le explicó su madre, cortando sus quejas de raíz—. Deberías preocuparte de lo que le has hecho a ese chico y de por qué casi desvelas el secreto de miles de brujas y hechiceras por darle una lección a un niñato.
La chica se quedó callada. Sabía que no había obrado bien. Aunque llevaba solo un par de años aprendiendo los primeros pasos en la senda de la magia y hechicería, desde el primer momento, se había encontrado como pez en el agua tejiendo los hilos del Arte. Había demostrado una gracia natural y avanzaba a un ritmo muy superior al del resto de iniciados. El incidente en el centro de estudios había sido una niñería, pero la norma era tajante: nada de magia delante de los humanos. Toda la comunidad dependía de ello.
—Y según tú, ¿qué es lo que tenía que haber hecho? ¿Dejarlo pasar?
—Precisamente eso, enfrentarte con tus armas de humana o echarte a un lado.
La joven apretó los puños, intentando contener la rabia que se acumulaba en su interior. ¿Dejarlo pasar? Un abusón maltratando a un pobre indefenso, un alumno varios cursos por debajo suyo, riéndose de él y haciendo que fuera el hazmerreir de todos esos payasos de su círculo. Eso no lo podía tolerar. Algo en su interior seguía encendido. Las uñas se le estaban clavando en las palmas y su visión se enturbió un instante, solo un segundo. En ese preciso momento, la taza de loza de Star Wars, donde su madre se había servido el refresco, estalló en mil pedazos, justo en el momento en el que su padre entraba por la puerta principal de casa con su hermana pequeña.
La pequeña explosión hizo que toda la cocina se llenara de trozos diminutos de cerámica y de líquido azucarado por todas partes. El sonido la sacó de un trance del que no era consciente de haber entrado, asustándola muchísimo. La mirada de su madre pasó de sorprendida a tremendamente enojada.
—¡A tu habitación! —El tono empleado no dejaba lugar a réplica. Su hija dio media vuelta con los ojos llorosos y salió de la cocina—. Y no salgas hasta la cena.
—Ah, hola cariño… —El padre la robó un fugaz beso en la frente, mientras su hermana se abrazaba a su cintura.
—¡Tata!
La chica se zafó de su presa y se dirigió a su habitación avergonzada de lo que acababa de suceder. Su madre ya estaba recogiendo los restos de la batalla que había acontecido en la cocina.
Nada más entrar en la habitación, y tras un ligero portazo, la joven tocó su amuleto invocando a su espíritu guía. Un potente haz de luz verde iluminó la estancia. Un pequeño cometa comenzó a girar a su alrededor mientras iba volviéndose más tangible.
—¡Eres una estrella traidora!
La pequeña manifestación comenzó a ganar velocidad y a cambiar de color de forma intermitente. Pasaba del verde más oscuro al rojo más tenue. En realidad, no se podía comunicar con ella. El cometa era una manifestación de la magia subyacente al clan al que pertenecía su familia. Le permitía canalizar su poder y era como una reserva de fuerzas. De momento, era pequeño y apenas brillaba. Las pocas veces que había podido ver el de su madre, se había maravillado tanto del tamaño como de la luminosidad que era capaz de generar. Por no hablar del poder que emanaba.
—No te metas con él —comentó una voz rasgada y oscura—. En realidad, no tenía opción de tapar tu chiquillada.
De las sombras de la habitación se transfiguró un murciélago púrpura, el familiar que había acudido a su llamada el día de su iniciación y que le acompañaría durante toda su vida. Respondía al nombre de Sesyam, aunque en el mundo de la magia, nada ni nadie facilitaba su nombre real a una versada en el Arte. Era una norma no escrita.
—Explícate rata voladora.
—¡Uy!, qué humor nos gastamos.
El ave nocturna se posó sobre la lámpara de tipo flexo que crujió ante su peso. La mirada de la joven echaba chispas. El familiar alargó ese silencio con la esperanza de que serenase el arrebato tan común entre los adolescentes humanos. Sin duda, era la peor época de esta humanidad, aunque en la que se sentaban las bases para poder influir en su forma de actuar en el futuro.
—Sesyam está permanentemente conectado a la propia esencia del clan y pocas son las situaciones en las que podrá contener sus informes.
El pequeño cometa confirmó esas palabras con un suave zumbido y retornando a su habitual tono verdoso. Se frotó contra el brazo de la bruja como si fuera un zalamero gato doméstico.
—Vale —dijo mientras rascaba cariñosamente a su compañero—. Entonces, ¿nunca podremos hacer nada divertido sin que se entere mamá y nos caiga una bronca?
Una perversa sonrisa se dibujó en el murciélago. La responsabilidad del familiar de un hechicero era proseguir y acompañar a su brujo en su crecimiento en el conocimiento del Arte, mientras que su espíritu guía, le protegería e informaría de sus progresos. Pero había muchos vacíos sin cubrir que podían interpretarse, y sobretodo defenderse ante un tribunal de brujas y hechiceras, de otro modo.
—Pues ahora que lo comentas, esta noche hay una luna muy especial. —La voz oscura de Sesyam prometía una de esas locuras que tanto le gustaba a Menchu—. Siempre que no te de miedo saltarte un poco las normas…
El cometa comenzó a cambiar de nuevo su tonalidad al púrpura más oscuro, sumiendo la habitación en una luz que hacía desaparecer toda posibilidad de sombra. Sesyam no se amilanó y ensanchó aún más la sonrisa de su rostro.
—Tranquilo Roth — el espíritu se quedó suspendido al escuchar su verdadero nombre —, también habrá diversión para ti. ¿Queréis saber más?
A medianoche, y tras lanzar una sucesión de conjuros sencillos, de confusión, de silencio y de ocultación, la ventana de la habitación de Menchu se abría de par en par. De allí surgieron un pequeño murciélago de un color antinatural, un cometa verde-amarillento y una joven montada en una vieja escoba. Pronto comenzaron a ascender sobre los edificios de su entorno, entregándose a la clara y fría noche. Ningún ojo humano podría verles y las personas versadas en el Arte, estaban teniendo su reunión lejos de allí.
—Sesyam, no lo entiendo del todo
—Verás Menchu, todos los magos y hechiceros de la zona, están convocados a esa reunión y tendrán deshabilitados los informes de los espíritus custodios.
El rostro de la joven maga estaba entregado a la brisa nocturna. A su lado, su compañero espiritual danzaba disfrutando de una libertad de la que rara vez disponía. Unos metros más abajo, un pequeño murciélago extravagante hacía cabriolas y piruetas. De repente, un gran dragón rojo, más similar a una serpiente sin alas, se colocó a su altura, uniéndose a ese vuelo nocturno. Al verlo, Menchu casi se cae de la escoba y tuvo que concentrarse en recuperar el control.
—¡Pero qué diablos…!
La risa de Sesyam resonó en su cabeza. Era una de las peores cosas de la comunicación telepática, no se podía amortiguar el volumen de las risas y carcajadas, así como de los gritos.
—Bienvenida Kiki — graznó el ave.
El dragón sonrió a la joven y pasó muy cerca suya, casi acariciándola.
—Espera, ¿Kiki?… No puede ser..¿un dragón?
Ante las palabras de su hermana, la serpiente voladora inició una serie de vuelos alegres y desenfadados a su alrededor, al que se le unieron un cometa de color cambiante y un pequeño murciélago.
—¿No lo sabías?. Bueno, en realidad, no sé si lo sabe tu propia madre, y mucho menos el Consejo. A decir verdad, ella tampoco lo sabe y ahora mismo cree que es un sueño, seguro —contó Sesyam divertido—. No es tan raro en una familia como la vuestra. Ella no será bruja como tú,… ella es lo que ves, un ser de gran poder y que tendrá la suerte de tener una bruja protectora de gran talento como hermana.
La joven bruja miró detenidamente al dragón. No se podía creer que esa fuera su hermana menor. Había oído historias sobre familias de brujas en las que nacía la esencia de alguna de las criaturas míticas, pero parecían más cuentos de viejas.
—Un momento, ¿cómo lo sabes tú?
Otra vez regresó a la cabeza de la joven maga la risa irritante y escabrosa del familiar.
—Hay muchas cosas que aun no conoces de mi, pero tenemos tiempo para que te vaya desvelando algunos de mis secretos.
Menchu le miró con cierta desconfianza. Tendría que investigar sobre su peculiar compañero, pero ¿cómo lo haría si el conocía cosas que ni siquiera su madre sabía sobre ellas? ¿Le estaría ocultando más cosas? ¿Sobre ella? ¿Su hermana? ¿Su propia madre?. Estaba totalmente segura de que así sería. De momento, tenía que disfrutar de esta noche única junto a este secreto recién desvelado. Menchu se acercó a ese imponente dragón y le acarició el lomo en pleno vuelo.
—La de aventuras que vamos a vivir juntas.