Relato: ENTERRADO EN SU HORROR

ENTERRADO EN SU HORROR

Unas pequeñas manos juguetean con su rostro y le retiran el leve velo que cubre su ensoñación. Poco a poco sus ojos se acostumbran a la penumbra que cubre la habitación. Cuando por fin logran enfocar, la estampa que ve lo eleva al cielo. Su hija le agarra torpemente la nariz. En sus manos, el apéndice nasal parece mucho mayor de lo que es. Su rostro refleja ese afán investigador y aventurero que tanto la caracteriza. Una enorme sonrisa cubre su pálida carita. Lo abraza y le susurra “Papá”. Tras ella descansa su musa, su amada. Simula estar dormida pero su expresión la delata. La habitación está apenas alumbrada con la tenue luz de un par de velas aromáticas. Esto junto con la visión de sus dos tesoros hace que su dicha siga incrementándose ¡No puede haber mejor sitio en el que existir! Los tres cuerpos casi no caben en la cama de matrimonio. Él las abraza a ambas con fuerza. Tras soltarlas, juguetea con sus sedosas cabelleras. Su mujer ronronea mientras que su hija vuelve a explorar su rostro ¡Todo parece perfecto! ¡Idílico! De repente, algo se quiebra. Un ruido que solo parece haber escuchado él le obliga a dirigir su atención hacia el fondo de la habitación. Se incorpora un poco soltándose de la presa que le ha hecho su pequeña. Al centrar su atención en la zona cercana a los pies de la cama, una figura comienza a materializarse. Al tiempo, su entorno, ese abuhardillado dormitorio cálido y tenuemente iluminado, poco a poco va variando. Las pareces se oscurecen, la luz de las velas es sustituida por un destartalado flexo y su zumbido típico, del friso de peral que recubre las paredes apenas queda un leve y destrozado recuerdo. Aunque lo que más llama su atención es la existencia de dos camastros junto a la salida de la escalera de caracol. En uno de ellos descansa un tipo con las piernas cruzadas afanado en liar algún tipo de cigarro de origen sospechoso. En el otro descansa un petate remendado, pero su atención regresa a esa figura. De la nada ha aparecido un joven desaliñado que parece estar hablando con él. Su mente se colapsa ¡Qué está pasando! Sus dominios, esa habitación en la que tanto ha vivido y disfrutado parece haber entrado en descomposición. La pintura está desconchada y el aire le trae un olor intenso a humanidad. El desconocido que le está hablando da un par de pasos hacia él y señala la cama, más concretamente el lado de su mujer. Cuando se gira a mirar qué le está señalando ese tipo recién aparecido, su corazón le da un vuelco. Donde deberían estar sus chicas solo hay una almohada y un cojín. Ni rastro de ellas. Parpadea con fuerza y gira como un loco la cabeza buscándolas pero sin resultado. Centra de nuevo su atención en la cama. La almohada está sucia y desgastada. Vomita parte de su relleno por uno de los laterales mientras que el almohadón apenas puede contenerlo. Está en la posición donde instantes antes acariciaba el rostro de su amada. El cojín está aun peor. No dispone ni de funda, solo es relleno. Parece que aun se mece con las caricias dadas hace unos segundos a su hija ¡Es una locura! ¿Dónde están? De nuevo, el tipejo avanza otro paso dirigiéndole más palabras pero él no logra oírlas. Tan solo le llegan expresiones inconexas entre los fuertes latidos que resuenan en sus oídos. Se encara hacia él. Está muy cerca y sigue señalando a su mujer, ¡no a la almohada! ¡Él tiene que saber algo! ¡Él es el culpable de esta situación! Busca frenéticamente a su alrededor algo con lo que asustarle. Necesita no solo defenderlas sino atacarle, sacarle cualquier atisbo de información. Sus ojos se detienen en un pequeño trozo que queda en la pared. Sus manos vuelan y arrancan un pedazo de madera. El crujido del friso le llega amortiguado. Realmente solo puede escuchar con nitidez sus pulsaciones y las preguntas que le va a hacer a ese animal, a ese violador de su intimidad. Agarra su improvisada arma y le apunta directamente a él. El tipo le mira extrañado pero no detiene su acercamiento. Un rápido movimiento en arco acaba con un taje en su antebrazo. El desconocido retrocede mientras protege su brazo.

Apenas ha sido un rasguño pero el rostro que le mira desprende un odio homicida. Parece que en cualquier momento va a saltar desde ese gastado y sucio colchón para cercenarle el cuello. Tropieza y cae sobre el camastro en el que descansa su petate. El loco de la madera se inclina para tomar impulso. Un alarido brota de su garganta. Siente miedo. Mucho miedo. No comprende esa agresión injustificada. Solo le pedía la almohada o el cojín ¡Menudo lunático!

Intenta hablar pero parece que su garganta lleva meses sin emitir sonido alguno. La frustración y la incomprensión dominan su mente. Aquel tipo sucio se ha caído y le mira con los ojos desencajados, presa del terror de la presa frente a su depredador. Tiene miedo. Él, el responsable de la desaparición de sus niñas, teme por su vida ¡Ya haré yo que sienta terror! ¡Le sacará las respuestas aunque sea de su destrozado cuello! Está a punto de abalanzarse sobre él cuando un pequeño tirón de en su manga le frena. Su cabeza se vuelve para ver el origen de esa presa. Ahí vuelve a estar su niña. Le tiene asido del pijama. La habitación vuelve a cambiar. Su hija y su mujer están de nuevo en su cama. Las paredes vuelven a estar perfectas. El friso entero y en su sitio. La luz de las velas y su fragancia a jazmín vuelven a llenar la estancia. Su mirada busca alguna señal de los dos tipos de los camastros en el fondo de la habitación pero no hay ni rastro de ellos. Otro pequeño tirón hace que centre su atención en su querida chica. Su mirada suplicante le invita a recostarse y jugar de nuevo con ella. Sus oídos comienzan a descansar de ese interminable martilleo al que estaban sometidos. Su rostro se ilumina ante la visión de ella y de su amada. Se recuesta entre ellas y las abraza con fuerza. Las colma de besos y caricias mientras sus ojos no paran de lagrimear ¡Todo ha sido una pesadilla! Su respiración poco a poco se serena. Vuelve a su regazo y se entierra entre su amor.

El tipo del camastro sigue mirando perplejo la escena. Ese loco que le ha cortado en el brazo llora y abraza ese ajado cojín y la sucia almohada ¡Menudo loco! ¡El que solo le había pedido la almohada o el cojín! Para colmo, el otro tipo, el que se está liando cigarros sin parar está sonriendo. Se burla de él. Le mira con todo el desprecio que puede destilar. Parece que lo nota pues levanta su mirada y le habla.

—Tu primera noche aquí, ¿no?


Su tono no le gusta. Denota superioridad, como si supiera algo más de la vida que yo. Otras veces se había enfrentado a locos pues llevaba varios meses viviendo en la calle. Solo una casualidad le había llevado a esa casa franca. Un techo en este intempestivo invierno era demasiado tentador para dejarlo pasar.

—¿Qué le pasa a ese? ¿Está loco o qué? No sabe con quién se ha metido…

El tipo deja de liar el cigarro y le mira de nuevo. Rebusca en su chaqueta y saca un trozo de periódico. Se lo tiende.

—Antes de nada lee esto y ese al que llamas loco, es el dueño de este techo que te cubre.

Mientras lo cojo, el tipo dirige su mirada hacia el hombre que solloza entre un cojín y una almohada. Una pequeña lágrima nace en sus ojos mientras vuelve a su quehacer, el tabaco. Despliego el trozo de papel que debe tener su tiempo pues está muy desgastado. Se trata de un artículo de un periódico local. Su titular habla sobre un accidente de coche. No comprendo. Comienzo a leer su contenido. Un camión parece que perdió el control y se incrustó en una tienda de frutos secos matando a una mujer y a su niña de apenas dos años. El padre sobrevive al accidente pues se había quedado fuera del establecimiento fumando un cigarro. Ha sido testigo de todo. Dicen que tras el accidente se lanzó dentro del edificio. La policía lo encontró aferrado a los cuerpos sin vida de su mujer y su hija. La policía y los bomberos tardaron horas en conseguir separarlos pues parte del edificio se vino abajo con ellos en su interior. Miro al tipo del tabaco de nuevo con el rostro horrorizado ¿Ese loco es el del periódico?

—¿Es él?

Asiente ante mi pregunta. No oculta sus lágrimas. Vuelo a mirar a ese pobre desgraciado que yace en la cama. Lo veo con otros ojos. Las palabras brotan de mi boca sin darme cuenta.

—Muerto en vida

El cojín, la almohada,…ahora todo cobra otro sentido. El tipejo del tabaco vuelve a hablar y sus palabras congelan mi corazón.

—Enterrado en su horror.
Nota: Publicado en la quinta entrega de la revista online LiF en la sección Delirios de Acterateuim. En la revista podréis disfrutar además la ilustración de Lúa Garó que acompaña a mi relato LiF 5 (Lupus in Fábula)