Relato: GLIIR, LA MALDITA ESPADA DE LA LUZ

GLIIR, LA MALDITA ESPADA DE LA LUZ

Solo una figura permanecía en pie en el claro del bosque del Rey Fries el Oscuro. Cuatro cuerpos comenzaban a enfriarse a su alrededor. El guerrero que había resultado victorioso permanecía quieto e intentaba recuperar el resuello. Aún conservaba una pose marcial de defensa-ataque, aprendida tiempos ha en la Guardia Fiera. Había sido una corta, pero extremadamente dura, batalla. La sangre aún resbalaba por el filo de su espada y de su daga, pues había tenido que luchar con ambas armas al tiempo. Una sombra ocultaba su cara, pero unas frías y saladas lágrimas se deslizaban por su rostro dejando unos claros regueros en la suciedad que lo poblaba.
—Siempre llorando como una niña a la que su hermano ha empujado a un charco de barro. — La voz no era audible, solo sonaba en la cabeza del guerrero que empuñaba Gliir, la espada de la Fiera Luz—. Reconoce que has disfrutado tanto como yo desangrando a estos despojos de los caminos.
El guerrero hizo caso omiso y comenzó a limpiar y guardar la daga de excelente factura, regalo de uno de sus adiestradores. Ahora tocaba enfrentarse a la tarea de envainar a Gliir, nada fácil de acometer, pues una herramienta encantada para derramar sangre, nunca quería que la “diversión” terminase. Con toda la fuerza de voluntad que logró reunir, comenzó a limpiar hoja y empuñadura con un trapo de lino que llevaba en el cinto de la guarda.
—¡Alto Guardia Fiero! ¡No oses condenarme de nuevo al ostracismo! —gritó con fuerza en la cabeza del caballero.
En ese momento, un leve quejido hizo que el caballero se girara bruscamente en búsqueda del origen del mismo. Se trataba de los últimos y agonizantes instantes de uno de los asaltantes caídos. Le había dado por muerto pero aún no había comenzado su viaje al más allá. El caballero sintió de nuevo las ansias de sangre del espíritu de la espada. Esta invadía su mente y la colapsaba de imágenes de triunfo, sensaciones de poder,… trataba de engatusarle.
—Caballero, tenemos la ocasión de ayudar en su tránsito al otro mundo a este pobre desgraciado. Estamos en la obligación de no hacer más duradera su agonía.
El caballero realizó un ejercicio de concentración para volver a tener todo el control de su mente. Sabía que otros caballeros antes que él habían empuñado a Gliir y ninguno había llegado a contarlo. La espada tenía la habilidad de ayudarte en combate, anticiparte a los movimientos de tu adversario, pero era un alma torturada sedienta de sangre. En su creación, se había forjado con los mejores hechizos de la Magia de la Luz, pero un oscuro episodio la transformó para siempre. Hace ya casi un centenar de años, un seguidor del Oscuro Dios de la Muerte y el Asesinato, se infiltró en la orden sagrada de la Guardia Fiera, la robó y cometió una barbarie tal que doblegó y modificó la naturaleza propia del arma. Desde ese triste acontecimiento, Gliir poseía una sed de sangre que solía llevar al que la empuñaba a una muerte segura. Este caballero en cuestión llevaba apenas un par de años con la Espada Maldita de la Orden. Siempre que quedaba vacante su uso, elegían al caballero más recto y prometedor de las últimas incorporaciones, pero ninguno había podido doblegarla.
—Vamos Caballero, sabes que con cada gota nos hacemos más fuertes y este hombre agonizante necesita descansar. —La voz atronaba en su cabeza. Cada vez era más complicado defenderse de su poder.
El caballero se acercó al moribundo y depositó a Gliir en el suelo. Extrajo la daga que acababa de limpiar y envainar. En ese preciso instante, la Espada Maldita llenó su mente de los horrores que había cometido el moribundo. Imágenes de las mayores atrocidades que se pueden cometer: violaciones, vejaciones, torturas… a mujeres, ancianos, niños,… Las lágrimas comenzaron a inundar los ojos del caballero. Clavó con fuerza la daga próxima al moribundo y allí la dejó. Tomó a Gliir y acarició su hoja con delicadeza. La empuñó con las dos manos y se dispuso a dar el golpe final a aquél despojo humano que tanto dolor había infringido. Pero en un rápido movimiento la lanzó a unos metros de él. La espada lo volvió a atacar con gritos de dolor de infantes e insultos sobre el coraje del propio caballero.
—¡Jamás me debieron entregar a un Caballero con tan poco honor! —El grito de Gliir casi le hizo perder el sentido, pero se repuso.
El caballero volvió a empuñar la daga que había dejado clavada próxima al rufián y lo apuñaló en el pecho a la altura del corazón. El asesino de infantes dejó de respirar. Ya se había comenzado su último viaje. El caballero extrajo la daga, la limpió y la envainó. Se tomó un momento para centrar su mente y recogió a Gliir. Puso el puño contra su frente.
—No vas a poder dominarme, o al menos, aun no. Haré todo lo que sea posible para realizar las proezas necesarias para que vuelvas a ser ese arma legendaria que solo luchaba con los defensores del honor y la verdad —suspiró profundamente—. O moriré en el intento.
Envainó la espada apartando a un rincón de su mente todos los improperios que el arma lanzaba contra él y comenzó a caminar en búsqueda de su destino. Pasados unos momentos, cuando había retomado la calma sobre su cuerpo y su atormentada mente, unas leves palabras fueron susurradas en su cabeza.
—Morirás en el intento Caballero, y tu sangre me hará más fuerte.

Nota: Publicado en la segunda entrega de la revista online LiF e inaugurando la sección Delirios de Acterateuim. En la revista podréis disfrutar además la ilustración de Barb Hernández que acompaña a mi relato LiF 2 (Lupus in Fábula)