Relato: LA GRIETA
Se giró hacia el origen de esa voz. Su sorpresa quedó rápidamente sustituida por la indignación y una rabia apenas controlable. Loither, el segundo del gremio, el sucesor de quien yacía en el suelo a su lado. Su rostro enmarcaba una sonrisa siniestra mientras se aproximaba al acceso que había hecho al entrar. Con dos gráciles movimientos de sus manos, una puerta de escombros volvió a sumir la estancia en una débil penumbra. Sin pensárselo dos veces, intentó sacar la daga del pecho de su mentor pero, de nuevo, una fuerte sacudida la obligó a soltarla. Su cara se inundó de lágrimas de impotencia mientras veía como los últimos instantes de la vida de quien la había ayudado tanto, se esfumaban entre jadeos apenas audibles. Una cruel carcajada resonó por ese infierno de sombras.
—Sigue intentándolo, nada se puede hacer. No podrás sanarle mientras tenga la daga en el pecho. —Se mofó el brujo—. Y si la extraes, se quedará con toda tu magia. ¡Menuda encrucijada!
Su risa se clavaba en su mente mientras que sus lágrimas no paraban de brotar. Apretó con fuerza sus manos ¿Qué podía hacer? ¿Por qué habría hecho este horrible ataque? Tenía que ganar tiempo mientras su cabeza encontraba una solución. El contacto con esa maldita daga la había debilitado. Podía enfrentarse a Loither pero no era tan poderosa.
—¿Piensas en atacarme? Si solo eres una jovenzuela. Serías la favorita del viejo pero no eres rival para mí.—Se iba aproximando lentamente con esa mirada de superioridad—. Había pensado en proponer que te unieras a mi pero, ¿para qué te necesito?
Estaba a apenas unos metros y el tiempo se le agotaba. Se lanzó de nuevo sobre la daga y tiró con todas sus fuerzas. El arma maldita comenzó a drenar su fuerza pero apretó los dientes y siguió en su empeño. Un fuerte olor a piel quemada inundó la estancia mientras la risa seguía rebotando en todas direcciones. El dolor era insoportable pero prosiguió hasta que la extrajo. El rostro del agresor cambió de expresión.
—¡Es imposible!
La joven bruja la lanzó todo lo lejos que sus fuerzas le permitieron y se reclinó sobre su maestro. Sus ojos no le devolvieron la mirada. Había muerto. Le golpeó el pecho con sus manos carbonizadas mientras un llanto incontrolable la sacudía. La rabia llenó todo su ser. No le quedaba casi nada de magia y estaba a merced de ese maniaco. Sabía que era su fin. Sus reflejos hicieron que levantara los brazos para evitar el impacto de algo que se acercaba. Un tablón de madera astillada le atravesó el antebrazo izquierdo. El golpe la tiró casi un metro del cadáver de su mentor.
—Creo que me voy a divertir un rato mientras nuestros compañeros de gremio intentan entrar aquí.
—Mientras decía esto, otra madera quedaba suspendida junto a su rival—. Pero no me mires así. Ya les contaré cómo mataste a nuestro líder. Lo que no he decidió aun es si fue por simple despecho, por envidia o tal vez porque tu mente enferma estaba obsesionada por la magia y el poder. ¿Cuál te gusta más?
No la dio tiempo a rebatir pues otro golpe la zarandeó. Esta vez fue su hombro del que comenzó a brotar una sangre densa que se mezclaba con el polvo y suciedad, embarrando su brazo. Con un gran esfuerzo se puso en pie. Si iba a morir no sería tirada con un animal. No suplicaría ante ese bastardo. Le plantaría cara y miraría a la muerte a los ojos. Ese desafío provocó que su atacante le mirara con una profunda expresión de odio. Alzó los brazos haciendo que su maltratado cuerpo se elevara un par de metros. Comenzó a notar cómo se tensaban sus extremidades. Sus músculos comenzaban a estar al límite y un par de chasquidos acompañados de un dolor indescriptible la indicaron que algo se había roto en su interior. Aun así, aguantó sin gritar aunque las lágrimas resbalaban sin control. Loither, al ver que no conseguía arrancarla ni un solo aullido de dolor, la lanzó contra una estantería cercana.
—Eres una estúpida soñadora ¿Creías que el Maestro te permitiría ascender? —se mofó mientras se acercaba a ella con esa mirada de locura en sus oscuros ojos—. Siempre serás una rata callejera y morirás como tal. La gente te olvidará y me recordará a mí. El brujo que llevó al gremio hasta su lugar en el mundo.
Una posición dominante que nunca tuvimos que perder.
—Este es tu fin — dijo alzando sus brazos hacia ella—. ¡Muere!
Nada sucedió. Volvió a repetir el movimiento pero el resultado fue el mismo. Nada. La joven bruja se incorporó con mucho sufrimiento y empuñando la daga. Esta había interceptado toda la magia que destilaba hacia ella. En el momento en el que Loither se fijó en el arma, quiso huir rápidamente, pero ella fue más rápida. Le asestó una puñalada en la pierna izquierda que hizo que cayera como un fardo. Nada más soltar el arma, notó como volvían poco a poco sus energías mágicas. Sabía que no podía hacer nada contra él porque la daga absorbía no solo el poder del que la portaba, sino que parecía absorber todo aquel que se le lanzaba a su portador, por lo que se encaminó hacia la entrada sepultada. Reunió parte de las fuerzas que se iban acumulando en su interior y comenzó a despejar la entrada a la biblioteca. Al fondo de la estancia, Loither intentaba extraer la daga pero apenas podía aguantar su roce. El arma maldita estaba drenando todo su poder y un horrible dolor le atravesaba todo el cuerpo.
—¡Maldita hija del inferno! –escupió con todo el veneno que pudo mientras proseguía con su intento de zafarse de ese castigo—. No dejaré ni rastro de ti.
La bruja terminó de despejar el acceso pero un sonido metálico la hizo volverse. Allí estaba en pie el brujo. A sus pies la daga. Su herida comenzaba a cerrarse mientras que una cruel sonrisa regresó a su rostro. Aun renqueando se encaminó hacia ella. Elevó los brazos y ella se cubrió creado un pequeño escudo que apenas pudo contener el choque que le había lanzado. Había ganado tiempo pero, ¿qué más podía hacer contra él? Era mucho más fuerte que ella, incluso en su estado. Tenía que pensar y rápido. Se concentró y entonces comenzaron a llegarle infinidad de golpes, explosiones y zarandeos. Su cuerpo salió lanzado, diversas quemaduras comenzaron a formarse por él. Algunos huesos se quebraron y gritó, con todas sus fuerzas. No solo por el dolor, sino por la rabia de que todo acabara así.
—¿Y que vas a hacer ahora salvo morir?
—¿Por qué le has tenido que matar? ¿Qué mal te hizo el maestro?- balbuceó con un hilo de voz.
—¿Por qué? Más bien por qué he tardado tanto tiempo en hacerlo — dijo mientras la zarandeaba de nuevo—. Nadie limita mis poderes. Yo soy el líder de este gremio y me seguirán o me temerán ¿Quién me va a detener? ¿Tú?
—Yo no. —Mientras sonreía, señaló a lo que quedaba de puerta de acceso—. Ellos sí que lo harán.
En la entrada se encontraban casi la totalidad del gremio. Había recibido la conversación y la imagen de su líder asesinado telepáticamente. Los escudos que contenían sus poderes también se habían agrietado dando acceso a ese poder restringido. La sonrisa del brujo desapareció.